viernes, 15 de abril de 2011

Te cuento algo de mi niñez, Victoria



Gracias a Sonia Delgado que con su post me inspiró a este tema


Hola, Victoria.

Entre mandarinas y saltamontes, me acordé de las luciérnagas que intentaba atrapar en los veranos de mi infancia. Jajaja. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?, pensarás. Bueno, te explico.

Resulta que una amiga toma bellas fotos; ella posteó unas coloridas imágenes con mucho verde y naranja, hizo alusión en un texto a Fátima, quien atesoraba el recuerdo haber robado mandarinas en su niñez. A raíz de ese post se disparó una serie de comentarios de gente que evocaba picardías del pasado. Una recordó que robaba caramelos a su abuela y, en una ocasión, intentando escapar de las consecuencias de su fechoría, se trepó a un árbol del que cayó. Otra juntaba saltamontes en un frasco de mayonesa... Y de esto último me acordé de mi propia experiencia.

Pensé en las libélulas, en cuán tiernas y delicadas me parecían. Pese a esa apreciación, inconscientemente, yo no era nada delicada con ellas. Juntando el índice con el pugar las atenazaba de la punta de sus colitas para retenerlas... Es que de verdad me atraían y quería admirarlas de cerca y por tiempo indefinido. Pero terminaba hieriéndolas, cercenando su cuerpo. Tal desenlace me dejaba con un dolorcito y una pena, pero que, extrañamente, no acababan con mis ansias de cazadora furtiva.

Siguiendo con ese pasión por recolectar bichos, recuerdo que cada verano mi obsesión era atrapar luciérnagas en un frasco de vidrio con la intención de que brillara como lámpara con foquitos móviles en su interior. Claro que grande era mi desencanto ante la fugacidad de la fosforescencia que lograba retener. Ellas no soportaban ese cautiverio sin oxigeno y su luz se extinguía en un suspiro resignado. Me decepcionaba de mi misma porque en el fondo me sabía artífice de ese crímen.


Ay, Victoria, a ver cómo hacemos para maravillarnos juntas con los bichitos sin apagar su luz ni cortar sus alas.


domingo, 10 de abril de 2011

Parece que sueña


Hoy, domingo en que se atrasa la hora, me levanté de hecho más temprano que de costumbre. 
El sueño se me fue; parece que cuando me percaté de que dormía boca arriba (contraindicado para panzonas avanzadas) e intenté mudar a la posición recomendada (costado izquierdo) hice algún movimiento brusco que generó una rendija por donde se escapó el sueño. 

Miré el reloj, eran las 6.30 de la hora nueva. Mientras, ese hermoso hombre a quien veo que le volvía a crecer, incipiente, la barba de las mejillas, seguía en profunda desconexión, aferrado a una almohada. Le acaricié la cara y sin ninguna pretensión estética le peiné muy suave el cabello con los dedos. Nada de eso alteró su estado.

Ahora, miro de vuelta la hora y son las 7.24; de a ratos escribo, de a ratos me levanto, miro la calle parada al balcón, sintiendo el fresco del otoño, veo todavía la poca gente que circula a estas horas... un carraspeo aislado me devuelve de mi distracción. Pienso que es un resto de la convulsa semana que pasó en medio de mucha tos. Casi obsesivamente tosí durante 3 o 4 días en los que me pregunté preocupada, cómo le estarían afectando a Victoria aquellos bruscos sacudones míos. Le sentí menos activa en esa panza tensa y violentada. 

Hoy, domingo temprano, horario y día calmos, le siento a Victoria, con tenues movimientos ondulados... parece que sueña.