2.5 cm. El tamaño de una uva grande
Mañana cumplen 9 semanas. Qué locura. Piensa y piensa. Ella, embarazada. Es que creía que sería de otro modo. Es que a lo largo del día en que pasa la mayor parte de las horas en el trabajo, se percata a ratos de que no tiene presente esta nueva realidad. Teclea, hace llamadas, contesta mensajes, escribe notas, edita textos y, de repente… paf… se acuerdo de que hay algo que abulta progresivamente su vientre, algo que va cobrando forma, ¡que tiene vida! Está contenta con la idea de ser mamá, pero como algo que quisiera, no que ya está instalado y creciendo en ella. Y, cuando cae en la cuenta se pone a hablarle, a decirle cosas en sus pensamientos. Que es su mamá, que tiene un bebé, que es su vida y su ternura.
Piensa que cuando avance el embarazo, cuando le sienta moverse, será diferente, porque su presencia será palpable, ya sentirá más allá de la linda posibilidad.
Por de pronto seguirá esforzándose por tomar conciencia de su evolución, por divertirse y alegrarse en su corazón cada vez que el papá le habla a su panza, cuando dice despacio, masticando con placer cada palabra: “Hola, bebé, yo soy tu papá”, así, un mensaje sencillo, sin empalagos ni firuletes, pero tan lindo. Porque está contento con el dato de que el bebé va a ir reconociendo su voz si le habla a menudo.
Hoy fue gracioso, le quitó la argelería. Es que le está comenzando una molestia en la garganta, de hecho hay una ola de gripe y alergias y le asusta enfermarse. Resulta que su reacción fue ponerse “chinchuda” y el pobre hombre que, con toda la buena intención de hacer payasadas que le hagan olvidar, termina siendo un gran hinchapelota que alimenta su argelería y se liga todos sus relinches, acercó sus ojos a la panza y le dijo: “Hola, mi bebé. Tu mamá se cree ahora porque está embarazada. Cuando salgas de ahí y ella se ponga argel te vas a aliar a mi contra ella, ¿escuchaste?”
25 de noviembre de 2010
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